Roció Fernández
Se sostiene que mientras Chile crece, su educación sin embargo permanecería estancada. Pero, ¿es correcto este enunciado? Ya vimos que nuestra educación se ha vuelto más inclusiva y que ha acompañado un vigoroso crecimiento. A pesar de la severa desigualdad, la acumulación de capital humano ha aumentado en todos los grupos socioeconómicos. En torno del sistema escolar se ha ido generando, además, un amplio círculo de confianza, lo cual sin duda constituye un importante logro. Esto ha permitido que, durante los últimos quince años, la educación sea una alta prioridad en el gasto de las familias y dentro del presupuesto nacional. Y que los programas de mayor costo, como el de la Jornada Escolar Completa, hayan contado con la aprobación de todas las fuerzas políticas en el Congreso. La población considera que la calidad de la educación está mejorando. Los colegios son vistos como lugares seguros. Los profesores tienen el respeto de la población, aunque no gocen de un alto prestigio. En suma, la gente valora la escuela y deposita en ella la esperanza de sus hijos. Sobre todo las madres y los padres de menores recursos ven en la escuela una oportunidad de progreso que ellos nunca tuvieron.
Todos estos hechos y percepciones descartan un diagnóstico de estancamiento. Al mismo tiempo, imponen al gobierno y los grupos dirigentes una enorme responsabilidad. Sería trágico defraudar la confianza y frustrar las esperanzas puestas en la educación. Sabemos, sin embargo, que nuestro sistema educacional tiene un desempeño deficiente medido por pruebas estandarizadas internacionales. Un estudio reciente (prueba TIMSS de Matemática), esta prueba muestra que nuestros alumnos rinden por debajo del promedio internacional y, lo que es más preocupante, más de la mitad no alcanza el nivel mínimo de respuestas correctas.
En vez de mostrar una reacción exasperada frente a esta situación, y aprovecharla para deslegitimar o menospreciar la educación que, por primera vez, favorece a todos los niños y jóvenes chilenos, lo que necesitamos es una adecuada comprensión de esta deficiencia y corregirla con medidas eficaces.
Se piensa que los bajos resultados tienen su origen en las escuelas y se explicarían por el marco institucional en que ellas se desenvuelven. Se insiste, por ejemplo, en la brecha de resultados público / privada, sin reparar, siquiera un instante, que la brecha es ante todo social, de selección de alumnos y de financiamiento desigual de las escuelas.
En particular, se sostiene que el sistema estaría volviéndose cada vez más improductivo; es decir, que recibe mayores recursos sin mostrar un incremento proporcional del “producto” educacional.
En realidad, es imposible compartir esta explicación. Ni la escuela funciona como una firma, donde la función de producción se mide por los insumos y los productos, ni ella es la única causante de los resultados de aprendizaje. Lo más notable, en efecto, es que esta “función de producción” deja fuera el “insumo” esencial, los alumnos con sus características socio familiares y el proceso principal de “producción”; cual es, la transformación que experimentan las personas en virtud del aprendizaje a lo largo de 12 años de educación.
Este equivocado enfoque lleva luego a promover políticas que, en vez de centrarse en el proceso de aprendizaje, se concentran en cambio, exclusivamente, en los arreglos institucionales en que aquel tiene lugar, exactamente como si tratase de una empresa cuya eficiencia podría aumentarse sujetándola a las fuerzas de la competencia.
Así, para contrarrestar el supuesto deterioro de productividad y mejorar la calidad del “producto”, se propone avanzar “hacia un marco institucional que asegure que los recursos destinados a educación se gasten mejor que en la actualidad”. Es decir, se trataría de asegurar que escuelas subvencionadas, que gastan 30 mil pesos por alumno/mes, obtengan resultados semejantes a los colegios particulares pagados que gastan mensualmente 150 mil pesos o más. Esto es lo que tiene que suceder para que de una vez por todas la educación sea de calidad y equitativa para todos y todas sin importar las brechas socioculturales.
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